Se sube al avión con el dedo metido entre las páginas del libro que está
devorando.
Lleva acompañándola durante un mes. Se lo ha llevado con ella a todas
partes como su mejor aliado, incapaz de dejarlo nunca atrás por un extraño
remordimiento de abandono.
Ahora está a punto de llegar al desenlace. Ese punto conflictivo entre el
placer por haber llegado al final de la historia y la pena de tener que
empolvarlo en una estantería.
Busca ansiosa su asiento, que se ha aprendido de memoria para no perder
tiempo. 8F, ventana.
Una vez acomodada se vuelve a sumerger en las últimas páginas. La pluma
del escritor la tiene capturada, y la hace volar con cada giro o palabra.
Dando alas a su imaginación, pero también abriendo una brecha en su
pasado.
Por un momento, el personaje de Fermina Daza la invade, y se encuentra no
en un avión -maravilloso invento- camino a París, sino en un barco de vapor
subiendo el Magdalena. Achicharrada por el calor de las palabras. Fascinada por
las orillas del río colombiano. Enamorada de Juvenal Urbino. Y asqueada de
Fernando Ariza. Vive con pasión la historia de un amor obsesivo. Disfruta de un
amor matrimonial que no es suyo, y a pesar de no haberlo vivido todavía, se ha
sentido casada por un mes. Y descubre, también y por qué no, la llave a la puerta del amor
senil.
Como sacado del propio libro, un colombiano, un señor de tez morena y
bonachón, se sienta a su lado y empieza a hablar con ella al darse cuenta de la
lectura "castellana". Pero tras un corto intercambio lo abandona por
esas últimas páginas que le esconden lo inevitable.
Y, sin quererlo, llega a la página. La última que se despide con
un último y triste párrafo que corta la hoja a la mitad. FIN.
Sí, ha terminado el libro. Pero ella sigue con la historia en su
cabeza.
Nada entre las lágrimas nocturnas de Fermina, y encuentra las suyas
propias, ahogadas en un rincón que ha creado para ellas en el corazón.
Y sin darse cuenta sucumbe al sopor del avión y sueña que es Fermina. Y
permite que ella revuelva su amor a su antojo, que despierte del letargo a su
Juvenal Urbino y a su Fernando Ariza propios. Se regodea en momentos pasados,
¡felices!, pero que ya no son reales como le ha enseñado Fermina, pues como ella le susurra "¿por
qué te empeñas en recordar un pasado que ya no existe?".
Y flota por unos instantes en esa línea del infinito entre el sueño y la
realidad. Ese maravilloso paraíso hecho a molde de nuestro capricho. Dónde
el cuerpo se relaja. Dónde la mente olvida y recuerda. Dónde volamos inertes.
De pronto despierta muerta de frío. No sabe bien dónde está ni a dónde
va. Mira por la ventana y se ve envuelta por una manta de nubes. Se queda mirando
sin más, embobada, dirigiendo su mirada hacia la nada blanquecina. Es así como
se da cuenta que la tensión se le ha pasado, aunque todavía nota su mandíbula
resentida. De pronto se despierta en paz. No sabe bien que ha soñado, pero lo
que haya sido le ha limpiado la nebulosa tormentosa que la ha mantenido
exasperada los últimos días.
Fermina Daza mira de
nuevo al río, y ya sólo quiere mirar hacia delante y seguir "derecho,
derecho y derecho".
Quien no ha estado alguna vez enganchado a un libro??
ResponderEliminarEstas pensando escribir un libro y te pones en la piel de "tus" lectores??
Todo se andará... Bueno, es que yo tb soy lectora!
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