El cielo grisáceo augura tormenta. Con su viento huracanado cambia los semblantes, y con
una bofetada de esa brisa heladora propia del invierno, transforma las
facciones faciales en un rictus agrio que sabe naranja amarga.
Un
remolino de nieve se amontona en las cabezas secas por el frio y se
transforma en unos gorritos de suave pelaje blanco. Y las hojas de otoño
se arremolinan entre las piernas de las señoras, le trepan por los tobillos y se convierten en pesadas faldas de pana que las tapan por
completo.
El
frío no sólo hiela los huesos, atrapa los corazones y
convierte los sentimientos en cubitos de hielo, que se acompañan con
tragos de whisky cada noche, sólo o acompañado, para intentar
derretirlos un poco. Craso
fracaso.
Las palabras afiladas por el mal humor se desbordan por las
bocas junto con ese típico vaho moribundo. Se tropiezan torpes por unos
labios resecos y agrietados por los grados bajo cero que sufren las almas.
Estos caracoles se esconden a cualquier oportunidad en su caparazón de acero.
Lentos, se calientan a la luz de las velas. Desde fuera todas esas
casitas parecen brillar destelleantes. ¿Es cierto, o una ilusión del
desierto? Cuando uno intenta alargar los dedos para alcanzar esa luz, se
desvanece y el calor desaparece como el humo... como una ráfaga de viento que apaga la
llama de una vela de un sólo soplido.
El aire cálido de principios de verano empieza por secar las lágrimas.
El
sol derrite las ropas que sobran de más, broncea esas pieles de leche
que piden a gritos un poco de color para poder ser lucidas sin pudor.
Y
asi las muchachas tampoco necesitarán de polvos para sonrojarse o
ruborizarse, pues el Lorenzo de las tardes de verano, conseguirá
sacarles los colores.
Los dedos de los pies,
pintados con uñas de rojo provocativo, de blanco discreto o de amarillo
chillón, se desatan intrépidos, y se revuelcan llenos de gozo entre la
hierba frondosa.
Calima que provoca un ligero
cosquilleo por entre las ropas mientras los granos de arena recorren
divertidos cada palmo de piel.
Un cielo
azul de cuento despierta cada mañana a los perezosos que se han dado una
ducha de sudor entre las horas pegajosamente nocturnas.
Los rayos de sol iluminan las caras y despiertan sonrisas escondidas bajo la escarcha.
Con
los primeros rayos estas lagartijas empiezan a desperezarse. Y
con paso lento pero constante se deslizan por entre la hierba, y la
tierra, y lamen las calles con esos cacharros de dos ruedas. Con un
ritmo latino de quietud y pachorrismo se mueven como la brisa suave que
inunda el aire de olor a barbacoa, crema solar, cerveza y porros. Y
todos patas arriba, desnudos, dejan que su cuerpo se queme a la brasa.
Me gusta mucho sobre todo la primera parte, la del frío, quizas porque con 32 grados me apetecerá un poco mas el fresquito ;-)
ResponderEliminarMe encantan estas descripciones...
Kss
Qué más quisiera yo 32 grados...
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