Y la experiencia llega a su fin...
¡De vuelta a casa!
19 de diciembre: Berlin -Madrid (07.25-10.50h) - por EasyJet.
21 de diciembre: Madrid - LPA (12.50-14.50h) - por Ryanair.

11 de octubre de 2012

Fervor musical underground



Me he levantado con resaca. Ayer el trabajo fue estresante y el gin tonic de después ha terminado por quemarme las últimas neuronas. Pero, com dice el dicho "ajo y agua", tengo que aligerar para llegar al trabajo a tiempo. 

Hace ya más de una hora que me he levantado pero mi cerebro todavía está atolondrado, así que me pongo los cascos con música chunda-chunda para espabilar. Esta es la resaca musical. Y, como "el tiempo es oro" y voy un poco contrareloj, de camino en el metro me pongo a leer el temario que me tengo que estudiar para septiembre. 

De pronto se sube un chico de pelo y piel morena, flores y mariposas de colores recorren de por vida por sus brazos. Los ojos tienen esa sombra grisácea huella delatadora de mucho cansancio acumulado y demasiada fiesta desenfrenada. Sus orejas de soplillo y agujereadas con un par de pendientes, escuchan una música que no me hace falta oir para adivinar. 

Es de esas personas que tienen ese imán secreto que me atrae sin una razón concreta. 

Me vuelvo a enfrascar en mi temario, mientras escucho una música que ha conseguido despertarme. Entre línea y línea tarareo y llevo el ritmo de la canción. Y sólo soy consciente de que estoy "bailando sentada" cuando me "siento" observada. Al cabo de unos segundos levanto la mirada, y como contagiado, veo que mi compañero de viaje está también moviendo los pies y la cabeza, y hasta en un momento dado de arrebato musical cierra los ojos de placer sublime. 

El señor desbarrigado que está a su lado lo mira con descaro. 

Vuelvo con mi lectura, con mi música. Miro por la ventana para ver correr la ciudad a través de mis ojos, queriendo alcanzar mi vagón. Observo a la gente entrar y salir. Y otra vez a mi compañero de viaje en su éxtasis musical. Ahora canta un fragmento de canción mientras mueve la cabeza de un lado a otro. 

De pronto al cambiar de posición, al pasar la hoja, al coger el libro con una mano... se me escapa una hoja que tenía en el libro. Lo voy a recoger pero el chico se adelanta en un movimiento ágil. Danke, le digo sin quitarme los cascos. Pero él se quita uno y me pregunta en español sureño "¿qué estudias?". 

De pronto me veo envuelta en una conversación acelerada, natural, surrealista. Hablando de todo y de nada a la vez. Desconocidos conocidos. 

- "Uf! qué sueño, ¿no?".
- "La gente aquí qué fría ¿verdad? Yo ya llevo aquí seis años, pero no me acostumbro. La playita, el sol, nuestro salero...".
- "¿De dónde eres?".
- "¿Y qué haces aquí?". 
- "Yo aquí voy un poco a mi bola, y paso de todo. Pero sí es verdad que echo un poco de menos a los colegas de toda la vida, a los amigos de verdad, ¡la gente que conoces de siempre!".

...

- "Yo me bajo aquí ¿y tú?"
- "Yo también, tengo que hacer tranbordo, ¿y tú?"
- "No, yo me quedo aquí. ¿Por dónde sales de fiesta?"
- "Por Waschauerstraße", por sus ojeras y la música que escucha sé que es su zona, "el otro día fuí a Panorama".
- "Conoces a una chica canaria que es famosa allí?". 
- "Déjame tú teléfono, a ver si nos vemos un día".

- "¡Pues hasta la próxima!".

10 de octubre de 2012

Fermina Daza

Se sube al avión con el dedo metido entre las páginas del libro que está devorando. 

Lleva acompañándola durante un mes. Se lo ha llevado con ella a todas partes como su mejor aliado, incapaz de dejarlo nunca atrás por un extraño remordimiento de abandono. 

Ahora está a punto de llegar al desenlace. Ese punto conflictivo entre el placer por haber llegado al final de la historia y la pena de tener que empolvarlo en una estantería. 

Busca ansiosa su asiento, que se ha aprendido de memoria para no perder tiempo. 8F, ventana. 

Una vez acomodada se vuelve a sumerger en las últimas páginas. La pluma del escritor la tiene capturada, y la hace volar con cada giro o  palabra. Dando alas a su imaginación, pero también abriendo una brecha en su pasado. 

Por un momento, el personaje de Fermina Daza la invade, y se encuentra no en un avión -maravilloso invento- camino a París, sino en un barco de vapor subiendo el Magdalena. Achicharrada por el calor de las palabras. Fascinada por las orillas del río colombiano. Enamorada de Juvenal Urbino. Y asqueada de Fernando Ariza. Vive con pasión la historia de un amor obsesivo. Disfruta de un amor matrimonial que no es suyo, y a pesar de no haberlo vivido todavía, se ha sentido casada por un mes. Y descubre, también y por qué no, la llave a la puerta del amor senil. 

Como sacado del propio libro, un colombiano, un señor de tez morena y bonachón, se sienta a su lado y empieza a hablar con ella al darse cuenta de la lectura "castellana". Pero tras un corto intercambio lo abandona por esas últimas páginas que le esconden lo inevitable. 

Y, sin quererlo, llega a la página. La última que se despide con un último y triste párrafo que corta la hoja a la mitad. FIN. 

Sí, ha terminado el libro. Pero ella sigue con la historia en su cabeza. 

Nada entre las lágrimas nocturnas de Fermina, y encuentra las suyas propias, ahogadas en un rincón que ha creado para ellas en el corazón. 

Y sin darse cuenta sucumbe al sopor del avión y sueña que es Fermina. Y permite que ella revuelva su amor a su antojo, que despierte del letargo a su Juvenal Urbino y a su Fernando Ariza propios. Se regodea en momentos pasados, ¡felices!, pero que ya no son reales como le ha enseñado Fermina, pues como ella le susurra "¿por qué te empeñas en recordar un pasado que ya no existe?".

Y flota por unos instantes en esa línea del infinito entre el sueño y la realidad. Ese maravilloso paraíso hecho a molde de nuestro capricho. Dónde el cuerpo se relaja. Dónde la mente olvida y recuerda. Dónde volamos inertes.

De pronto despierta muerta de frío. No sabe bien dónde está ni a dónde va. Mira por la ventana y se ve envuelta por una manta de nubes. Se queda mirando sin más, embobada, dirigiendo su mirada hacia la nada blanquecina. Es así como se da cuenta que la tensión se le ha pasado, aunque todavía nota su mandíbula resentida. De pronto se despierta en paz. No sabe bien que ha soñado, pero lo que haya sido le ha limpiado la nebulosa tormentosa que la ha mantenido exasperada los últimos días. 

Fermina Daza mira de nuevo al río, y ya sólo quiere mirar hacia delante y seguir "derecho, derecho y derecho".

9 de octubre de 2012

Un peso encima



Unos sudores frios le recorren medio cuerpo. Camina apresurada, y con la respiración entrecortada. Agitada intenta caminar rápido para llegar cuanto antes a su destino, pero no puede. Intenta concentrarse y olvidar el mal que le impide continuar. Pero no puede dejar de retorcerse y sentir esos escalofríos inoportunos y desagradables.

Se tiene que parar y apoyarse en el primer portal. No aguanta más. Es peor que un vahído, y malamente da un paso detrás de otro. Un señor que pasa le pregunta si se encuentra bien y ella consigue decir entre dientes que sí. Pese a la vergüenza, su piel sigue pálida como el papel. Se pone en marcha nuevamente, no se le ha pasado lo más mínimo el malestar, pero quiere llegar, y cuanto antes.

Son los minutos más largos de su vida, sin duda. Y, hoy, el camino parece el más largo maratón que se haya decidido hacer nunca.

Por mucho que intente desviar su pensamiento, su mente, su malestar ¡tiene unas ganas terribles de bajarse los pantalones en el primer parterre que encuentre! Le duele la barriga de una forma inhumana. El bajo vientre lo tiene hinchado, y se le retuerce por dentro con maldad, como pellizcándola. Y la tortuguita de su trasero tiene unas ganas horribles de salir de su caparazón. 

Mientras, de camino, sólo reza para que nadie haya ocupado el baño, y de que no haya nadie que pueda escuchar sus fuegos artificiales.

Pero, como en la vida, el camino no va a ser fácil. De pronto se plantan delante de ella dos turistas inoportunos que le preguntan, con mapa en mano, dónde está un lugar. Los espanta como puede, y sigue su eterno camino.

¡Por fin! Ya sólo tiene que bajar unos cuantos escalones para llegar al paraíso. Con el apuro se medio tropieza pero sale airosa. Deja el bolso de un vuelo, y corre hacia el trono que la espera como a cual reina. 

¿Qué demonios tiene dentro? Por suerte, estos se pueden tirar con una cadena.

8 de octubre de 2012

La niña de los cordones


"Átate bien los cordones, que los tienes sueltos, y un día de estos te vas a a matar", le decía siempre su madre al salir de casa. 

Principio del formulario
Y por esa misma razón se los dejaba desatados adrede. Llevaba unas Victorias blancas, de esas que estában tan de moda, con los cordónes sueltos, revolcándose saltarines por el podrido suelo de la ciudad a cada pasito que ella daba. 

No sabía explicarlo, y no tenía ninguna razón específica que la hicieran desear el más allá. Sin embargo, en su interior tenía unas ganas de morirse ¡horribles!

Ni siquiera sabía si creía en otra vida después de esta, aunque prefería que así no fuera. Pues sólo quería desaparecer de este mundo. Dejar de ser esa colegiala cohibida que tanto odiaba ser. 

Sus cordones ya eran de color gris. Se enredaban en su talón, unas veces; se escondían debajo de sus zapatos, otras; y rebotaban contra el suelo y volvían a danzar por el aire, siempre.

Ella caminaba con pasitos cortos, no sé, si para tener más oportunidades de tropezarse. Y se escondía bajo el pañuelo azulado que tapaba su pelo. 

Sus ojos, que eran del color del café, se perdieron de pronto en la chica que esperaba, con un libro entre las manos, la llegada del tren. Y que precisamente no paraba de mirarle sus zapatos, sus cordones  con vida propia, precisamente con la vida que a ella le faltaba. 

7 de octubre de 2012

"Guest"

Una recomendación cinematográfica que fui a ver esta semana pasada: GUEST de José Luis Guerín
en un festival de cine catalán:

Un cineasta español nuevo para mi, pero más que reconocido por diversos festivales y con una amplia filmografía. 

TRAILER:

Una mirada al mundo marginal con la excusa de cada uno de sus viajes a festivales internacionales de cine. Encuentros con la miseria urbana en ciudades como Bogotá, Sao Paulo, La Habana, Santiago de Chile o Hong Kong. Las enseñanzas de la gente de la calle. Un viaje solitario. Un diario de imágenes.Un documental reflexivo que sin duda les invito a ver.

Les dejo el link al programa de Días de Cine, para que oigan la crítica.

6 de octubre de 2012

¡Hoy renuncio!


De pronto ese olor... 

Dicen que el olfato es el sentido con más memoria, o el sentido que más puede transportar a un momento y un lugar.  El olfato... que con sólo aspirar unas moléculas es capaz de evocar todo lo demás: una situación,  un sabor, un color, ¡o hasta una sensación!

...

¿Por dónde iba? Pero a ver... ¡qué es lo que quería contar! Siempre te enrollas y te pierdes entre paréntesis y comas...

Borrón y cuenta nueva.

De pronto, al abrir el armario, un olor familiar lo transportó a una época indeterminada de su calendario...

Mmmm... No, ¡mejor una mujer! Me gusta más una mujer como protagonista para la añoranza, la sensibilidad y la ñoñería.

De pronto, al abrir el armario, un olor familiar la transportó a una época indeterminada de su calendario... Sin embargo, no conseguía reconocer ese aroma... 

Así que volvió a cerrar las hojas del armario, y esta vez, con los ojos cerrados, volvió a abrir lentamente el ropero para evocar con más fuerza ese olor que tanto la hacía recordar a... a... ¿A qué? .... A... y aspiraba ansiosa cada vez con más fuerza...

En su cabeza mil olores se mezclaron a la vez, y diferentes imágenes de su pasado pasaron como un desfile, como una tropa acelerada por un diluvio. Todo en una milésima de segundo. Su memoria pasaba revista a imágenes, sabores, momentos, datas, sentimientos...

Y, ¡de pronto! -abre los ojos de golpe-. ¡¡¡ Alcanfor!!! ¡Era el olor del alcanfor!

No... qué coño "al-can-for". ¿Qué es alcanfor? ¿Y ahora qué viene? ¿¡¿Qué gracias al alcanfor recuerda el amor de su juventud, un momento bonito para enmarcar en un cuadro o cualquier chorrada?!?

No, no, no... No me gusta...

Y, ¡de pronto! -abre los ojos de golpe-. ¡¡¡Naftalina!!! Olía a naftalina. Pero el placer del viaje a sus recuerdos y el pequeño triunfo por haber ganado al olvido, se  disolvió en seguida, porque siempre había odiado ese olor. Desde pequeña. Aquellos tiempos en que su madre colocaba entre la ropa bolitas de naftalina para evitar que las polillas se comieran los trapos. Siempre había odiado ese tufillo ácido que se mete por los orificios de la nariz y se queda ahí pegado hasta depués de pasado un buen rato.

De vuelta al presente, se vió delante del armario, mirando la ropa anticuada que colgaba de las perchas y se dió cuenta de que se había olvidado de qué es lo que había ido a buscar...

...

Vale, ¿y ahora cómo sigo? 

... ...

¡Qué carajo! Esto está lleno de tópicos y palabras más que relamidas por autores de la eternidad. Y, además, este inicio se parece a la película de Annie Hall de Woody Allen. 

Así que hoy dejo este armario cerrado, y si quieren pues lo abren ustedes y se imaginan a qué cuernos huele y qué historia puede haber entre las ropas. Hoy delego... O mejor dicho, ¡hoy renuncio!